Solo quien ha sido capaz de hacer a un lado sus juicios buscando respuestas a preguntas poderosas que remueven los cimientos personales, desde los recuerdos y experiencias tan profundas y dolorosas, puede reconocer en otros esa sensación que nos da el temor de vernos al espejo y ver nuestra alma. Hay oportunidades en las que nos abraza un pánico enorme de reconocer que a pesar de todo lo sucedido aún la tenemos y es precisamente nuestra alma la que anhela ansiosa que dejemos de juzgarnos y castigarnos tan duramente.
Personalmente he tenido la fortuna de descubrir que no soy perfecto. He cometido errores. De ellos he aprendido a tratarme con dulzura y compasión. De niño tuve experiencias ingratas que no voy a mencionar en este espacio y con las que cargué fielmente durante mi adolescencia y parte de mi vida adulta. No tenía idea del impacto e influencia de esas vivencias en mi desarrollo como persona, hijo, amigo, profesional y pareja. En ocasiones, el hecho de proponerme metas retadoras y lograrlas era motivo de celebración para quienes me rodeaban. Pero no para mí, todos me impulsaban a lograr más, pero a pesar de que acumulaba logros materiales y ascendía en mi carrera, no estaba conforme. Es una sensación de que a pesar de que logras lo que te propones aún sientes que estás incompleto, que te falta algo. Quizá solo mi madre y la que más tarde sería mi esposa intuían que había algo que no me dejaba sentirme satisfecho, feliz.
Siento que todos los que entraron en contacto conmigo de una u otra forma sufrieron las consecuencias de mi incapacidad de ver “eso” con lo que no me sentía bien. De mi incapacidad relacional. Hoy es probable que no pueda hacer nada por ellos ni por las relaciones rotas o conflictivas que sostuvimos. Solo puedo:
- Disculparme con todos aquellos a quienes les falté o a quienes atropellé de alguna forma. La verdad lamento haberlo hecho, tan solo puedo esforzarme para no hacerlo con quienes actualmente me están dando una nueva oportunidad.
- Perdonarme por no haberme dado cuenta de lo que hacía aunque siempre hubo ángeles generosos que pretendieron ayudarme sin ningún éxito. Porque hasta que yo no me diera cuenta, no podía ocurrir el milagro. Ya he dejado de lamentarme de mis errores y me ha parecido mejor aprender de ellos para lograr esa transformación y trascendencia personal que tanto he deseado.
- Tener el genuino empeño de convertirme en un mejor ser humano, conmigo y con los demás. Para ello he tenido que renunciar a mi ego, a mis prejuicios de todo y de todos. Esto es probablemente lo más difícil que me ha tocado hacer.
- Estar plenamente seguro de que el éxito personal empieza desde dentro y no se construye con lo que adquieres o posees. He encontrado que soy capaz de ayudar a otros y además, me encanta, he aprendido que las personas que me agradecen por mi ayuda no saben que yo estoy siendo doblemente bendecido por dejarme ponerme al servicio de ellos desde mi experiencia de vida.
Desde que inicié mi trabajo personal hace poco más de cuatro años, “eso que he trabajado” se ha hecho tan visible que ahora lo difícil es no hacerme cargo cada día de mi existencia.
Hubo respuestas que encontré gracias a preguntas grandiosas cuya belleza residía en que su simpleza desafiaba mis barreras mentales y comunicacionales mejor elaboradas. A todos los que me regalaron esas preguntas les doy mis más sinceras gracias. Aunque les confieso que yo también he contribuido a preguntarme cosas y la lista de respuestas pendientes sigue creciendo. Un amigo me dijo que lo bonito de aprender a esculpir tu propia vida es que es un trabajo que no termina nunca mientras estés vivo.